Ciencia y Sociedad

Sunday, July 09, 2006

A PROPÓSITO DE LAS ELECCIONES DE… 1940

El que esto escribe lo recuerda muy bien, ya tenía 9 años de edad. La edad de los cuates y de la camaradería. Jugar en pandilla. Ganar la calle. Excursiones a los muros lejanos color ladrillo rojo de la ex Hacienda de Narvarte que se veía en el horizonte lejano de la calle de Rosal, hoy Gabriel Mancera, por Xola, donde vivía mi abuelo.

Ese domingo de julio, ningún menor de edad salió a la calle a jugar. Sólo los mayores salieron a votar. La chaviza se fletó encerrada. Nos decían: “habrá balazos entre los almazanistas y los ávila-camachistas y no pueden salir”. Previamente había sorprendido el dedazo del Presidente Lázaro Cárdenas en dirección del General Manuel Ávila Camacho previo a la campaña, pues su brazo derecho, o más bien, izquierdo, era Francisco J. Múgica, otro general de las confianzas personales y políticas de Tata Lázaro. Era marcadamente socialista; y se decía que de su puño y letra salió el Decreto para la expropiación petrolera.

Otro general, Juan Andrew Almazán, no se dejaba. Proyanqui, lideraba a los antigobernistas para ser presidente e iba contra el que quisiera “dejar” Tata Lázaro; tenía muchos adeptos entre la clase alta. Por lo pronto el día de referencia no salimos los niños quienes nos enteramos después, que sí hubo plomazos, robo de urnas y todo lo demás. Ganó la presidencia Ávila Camacho, y lo primero que declaró a la prensa fue: “Soy creyente”. Desde luego no llegó “el rojo de Múgica” ni el proyanqui de Almazán. Parece que éste último se fue inmediatamente después de esas elecciones a los EUA, dejando sus multimillonarias propiedades a buen recaudo (medio Acapulco allá por la playa de Hornos y medio Coyoacán allá por Xoco). Esto y más, no lo leí, lo viví…

Transcurrir de la vida. Es la primavera de 1981 y hay una comilona en los jardines del CIAD que ofrece el doctor Carlos E. Peña para promover la creación formal de su Centro (de Investigación en Alimentos y Desarrollo) en Hermosillo, Sonora. Presencia del Gobernador Alejandro Carrillo Marcor que se sienta justo enfrente del suscrito. Chelas frías y excelente carne. Ineludible conversación con este personaje de la alta política cercano por años a Tata Lázaro… “¿Y usted, Manuel, es pariente de Don Wilfrido Massieu?”… “¿Sí, señor Gobernador, fue mi abuelo”… “¡Qué hombre tan inteligente!” Apuntó Don Alejandro al recordar que mi abuelo dirigió el ITI, base fundacional del actual IPN por más de 10 años. Se habló sobre Vasconcelos, sobre Lombardo Toledano, sobre la Universidad Obrera y la Universidad Gabino Barreda, precursoras de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas –ENCB, mi alma matter–, hoy integrada al IPN, al que le antecede y que a su vez dio origen a la escuela mexicana de antropología e historia después de 1938.

No resistí el embate de la curiosidad –motor de todo investigador– y le espeté la pregunta a Don Alejandro: “¿Si el hombre de las confianzas de Tata Lázaro era Múgica, por qué escogió finalmente a Ávila Camacho para sucederlo?” Por un instante pareció que bajaba la temperatura en el jardín al cero absoluto –estábamos a más de 35°C-. Cesaron las conversaciones y el retintín de los vasos y platos. Todas las miradas se concentraron en el Gobernador y por unos segundos me sentí impertinente. El licenciado Carrillo Marcor carraspeó, dio un sorbo a su café y me aclaró: “Mire Manuel, yo no me atreví a hacerle esa pregunta al General (LC) hasta pasados muchos años cuando pasábamos unos días en algún lugar del Caribe y todo era tranquilidad y privacía a nuestro alrededor; y su respuesta fue la siguiente”. Transcribo, palabras más, palabras menos, según lo recuerdo la versión del Licenciado Carrillo Marcor:

“La política no escapa al rumor ni al chisme y un buen político los aprovecha como barómetro del sentir popular. En ese sentido un cierto rumorólogo adicto al frontenis, se reunía domingo a domingo con un grupo que jugaba en las instalaciones propiedad del General Almazán, en el pueblo de Xoco” –N.O. de Coyoacán, allá por donde está el Centro Bancomer frente al metro Coyoacán; donde recuerdo los edificios amarillos con techo de teja en aquél estilo cursi llamado “Colonial Californiano” y de los cuales queda sólo una especie de minarete árabe–. “En el frontón de Almazán se jugaba y se apostaba fuerte. Abundaban los políticos y ex militares, subrayándoseme que un cierto día el General Almazán hizo alarde de un reloj de pulsera muy costoso que portaba en su muñeca, diciendo que había sido obsequiado hacía unos días al que iba a ser el próximo presidente de México, es decir, él mismo. Agregó que dada su popularidad ya tenía prestos un número significativo de diputados y senadores allegados, listos para desplazarse a San Antonio Texas y declararse ahí como un Congreso de la Unión en el exilio. Por supuesto, otras fuentes de información le hacían apoyarse en la simpatía norteamericana hacia él y en la preocupación del vecino país del norte por el carácter de mi régimen y la posibilidad de que optara yo por Múgica…” en este momento terminó Don Alejandro su cita al ex presidente Cárdenas reproduciéndolo con mímica al citarlo con énfasis: “mira, Alejandro, si yo insisto en Múgica como mi candidato, ahí perdemos otra mitad de nuestro territorio nacional…”

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