Ciencia y Sociedad

Thursday, August 20, 2009

ENTRE LA GENÓMiCA Y EL ETNOCIDIO…¿UN MILAGRO?

Cuento.

2ª y última de dos partes ( * )


Mientras mi mente divagaba con reflexiones como las anteriores, a través de la ventana observaba un bello atardecer norteño, mi mirada se posó en el estante donde sobresalía una caja conteniendo legajos arrumbados; algunos en particular llamaron mi atención, contenían un encabezado de bella letra antigua que surgía debajo del polvo que quité a soplidos… Después de paleografiados pudimos leer: “Causales huachichiles que no prosperaron” y al margen, un sello casi ilegible “Arzobispado de…” La encargada del archivo me comentó al respecto: “son relativos a hechos extraordinarios de los que los misioneros de la región consideraron en un momento dado dignos de atención por la alta jerarquía pero no prosperaron en su proceso eclesial; fueron considerados solamente supersticiones paganas, relatos sin importancia de los indios bravos del norte de la Nueva España…” Pese a las prevenciones de la encargada sobre su escaso valor, regresé a mi rincón del viejo archivo y seguí revisando, llegué a un legajo cuyo original aunque quebradizo, podía leerse después de paleografiado, tenía un encabezado curioso “Gemelas entre los huachichiles”. Empecé a leer y ya no pude detenerme…

Resulta que una vieja Cabeza Roja se acercó a cierto misionero escribano por allá de 1750 -se relataba en el texto- para contarle en tercera persona, su propia historia: de cuando fue joven, con piel aún no muy bronceada por el sol, sin arrugas; tenía ojos de “borrao” ; para el misionero la mujer guardaba aún facciones otrora bellas. Relató ella en alguna lengua tribal no registrada, que meses después de un “mitote” hacía muchos años, parió gemelas a la sombra de un gran mezquite. En este punto recordé que leyendo el libro citado de Valdez, para los días del “mitotl” que tenían lugar en ciertas fechas, reuníanse decenas, quizá centenas, de tribus, clanes y grupos lingüísticamente afines, interactuando todos libremente en un gran convivio al pie de las nopaleras, su fuente de agua y vida. Por tres días, padre, madre, hijos mayores y hasta abuelos o abuelas se desbalagaban entre la comunidad regocijada. Había música primitiva y circulaba algún licor olvidado como el sotol, bacanora o cualquier otro obtenido de semillas de mezquite fermentadas. Regresaban después a su clan y nadie inquiría nada, nadie cuestionaba. Nada de resentimientos, celos o querellas por aquellos “encuentros” efímeros. Un “mitotl” era ocasión única para embarazarse sin tener que pedir permiso al Consejo de Ancianos…¡así intercambiaban genes e impedían la dañina endogamia!


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Fig. 1


Para la mujer cuyo relato había quedado registrado en el legajo, el nacimiento de gemelas producto del regocijo en el mitote pasado representó, no obstante, un serio conflicto; de la misma manera que los muy viejos, los inválidos o los incapaces para desplazarse con el resto de la tribu, eran dejados atrás al iniciar su migración –eran una carga para desplazamiento del grupo- la ley inflexible de la supervivencia entre los nómadas limitaba de manera estricta el número de hijos. Verán ustedes, regularmente las jóvenes parejas eran autorizadas para tener solamente un hijo, y si nacían dos, como era el caso de los gemelos, uno debía de morir. Movilidad e independencia eran el imperativo de los huachichiles, siempre alertas a clanes enemigos y los imprevistos de la Naturaleza.

En su oportunidad, al ver lo agraciado de las pequeñas, la mujer del relato no informó como debía al Consejo de Ancianos del nacimiento de sus hijas, producto de padre mitotero desconocido. Internalizado en la conducta de la mujer, quizá desde millones de años atrás, el sentido biológico de la “maternalidad-protección” llevó a la madre a entregar clandestinamente una de las dos gemelas a otra mujer para su resguardo…Cuando se podía y bajo las sombras de la noche, la madre y su amiga se reunían con ambas niñas para verlas crecer juntas. En el caso que nos ocupa –hoy lo sabemos por estudios con gemelos- llamaba la atención que una de las dos pequeñas fuera la “dominante”, la fuerte, la ágil y la que pronto podría elaborar “cestería de nudo apretado”, típica de los grupos trashumantes del norte, capaz de portar agua sin que se filtrara una gota, o cocer a la leña de mezquite seco, alfarería tan fina que se le conocía como de “cáscara de huevo”; veloz, correteaba cervatillos “cola blanca” y atendía con celeridad los gritos y silbidos de sus mayores. La otra gemela, en cambio, tomada por lenta y perezosa, solo era capaz de ayudar a recoger raíces y leña, recolectar alimentos de la estación o guijarros para collares. Lo más molesto era, no obstante, que la pequeña no “obedecía” al gritársele que se detuviera cuando el clan iba en marcha por el desierto; la pequeña seguía adelante, silenciosa, aislada; tampoco pronunciaba palabra o sonido alguno.

Sería así que eventualmente, se dieron cuenta que la niña –la gemela más débil- era sordomuda. Aunque en las noches solía mirar extasiada el cielo estrellado y la Vía Láctea como solo se observa en el límpido desierto norteño, la pequeña no hablaba nunca… “¿Cómo sobrevivirá esta niña al no ser capaz de escuchar el lenguaje de silbidos, parte esencial de nuestra comunicación huachichil? ¿Qué hará en momento de peligro o desplazamientos del clan?”, cavilaba la madre. Con el correr de los meses y para mayor infortunio de la pequeña, el Patriarca del grupo descubrió el secreto, descubrió el desacato de la madre muchas lunas atrás ordenando se le citara ante el Consejo de Ancianos…La audiencia entre la madre y los ancianos solo pudo haber producido un veredicto final: “Pariste dos niñas y una debe morir; de otra manera nuestra tribu empezará a crecer excesivamente poniendo a todos en peligro”, señaló el Patriarca, “y rompiste las normas que nos han regido desde nuestros antepasados”, reforzó otro de los ancianos…” También las dos mujeres fueron sancionadas sin que hubiera la menor duda sobre cuál de las dos gemelas debería morir; mientras tanto, madre e hija serían expulsadas del grupo hasta no verse ejecutada la pena.

Asignóse para el caso a dos de los hombres más fuertes del clan, uno de los cuales portaría un gran mazo de “palo fierro”; otro, a manera de escolta, condujo fuera de la comuna trashumante a la madre e hija. En silencio se trasladaron a un lugar rocoso, alejado, mientras la víctima inocente, ya con algunas primaveras encima, recogía piedritas atractivas ignorante del futuro que le esperaba. Sin pronunciar palabra, la infortunada gemela era seguida por la madre y los dos hombres. De pronto el que portaba el mazo se detuvo y exclamó “¡Aquí!” al llegar a una gran piedra, plana en su cara superior y de altura que consideró adecuada; atardecía ese día de otoño bajo una leve brisa, mientras “El Lucero de la Tarde” se levantaba sobre el horizonte azul obscuro. Erguida, la madre imperturbable, aceptaba estoica la ley del nomadismo manifestando solo un brillo desusado en sus ojos. La pequeña recargó su cabeza en la piedra y en un instante inadvertido, mientras el verdugo del mazo descargaba un golpe mortal, la gemela víctima, la que no escuchaba nada, la sordomuda y tildada de inútil, la incapaz de pronunciar palabra alguna, giró la cabeza y mirando a la madre susurró: “Adiós Madre mía…”

Yo por mi parte, cerré el legajo al que faltaba la última hoja y guardé silencio unos minutos…Imaginé lo que pudo suceder después, los “escenarios posibles” decimos hoy en día, racionales y modernos. Lo que imaginé entonces no viene al caso y solo vale decir que, enjugándome una lágrima, decidí cambiar definitivamente la genética por la historia…

( * ) Texto basado en una idea de J.M. Vargas Vila, 1923

Fig. 1.- Un cuadro de Antoine Tzapoff de su catálogo de 1988, México, DF



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Tuesday, August 04, 2009

ENTRE LA GENÓMICA Y EL ETNOCIDIO… ¿UN MILAGRO? (1ª parte)

Un cuento en dos partes.


Investigador en genética desde hace años, hoy me preocupa el descuido nacional ante la penetración extranjera en pos de nuestros genes. De igual manera me preocupa el mercantilismo alrededor de los recursos naturales en general, paralelo a la biopiratería de los mismos o la “donación” inadvertida de germoplasma vegetal o humano que solemos hacer. Además de gran biodiversidad vegetal, en México tenemos diversidad étnica proveniente de nuestros antepasados “latinos” y amerindios, lo que a mi parecer hace que la moda de la llamada “genómica” en medicina y nuestra tradicional hospitalidad –“mi casa es tu casa”- representen peligros para nuestra sustentabilidad como nación. Algunos extranjeros vienen por muestras de ADN de “los mexicanos” para estudiar su genoma y, supuestamente, conocer sus enfermedades genéticas curables; pero no se dice, en cambio, que dichos estudios también son aprovechables para el desarrollo ulterior de “armas étnicas” o “genéticas”, tendientes a eliminar grupos sociales menospreciados por grupos racistas, neoconservadores, militares imperiales o simplemente para desarrollar productos farmaceúticos específicos comercializables a precio alzado por grandes corporaciones multinacionales. Esta perspectiva para las “armas étnicas” parecería un poco exagerada, un poco a lo “Mundo Feliz” de Aldo Huxley, pero no, no es exagerada, es una triste realidad de la ciencia a la que le meten mucho dinero los países ricos contando con el descuido de los países científicamente atrasados como México.

Habida cuenta de mi profesión y después de presentar el resultado de alguna de mis investigaciones en cierto congreso internacional, fui invitado a colaborar en un proyecto estadounidense que recabaría muestras ad hoc entre grupos humanos del norte de México, área considerada hoy como parte de la “Aridoamérica” y antaño como “la Gran Chichimeca”. Con técnicas para el caso, se analizaría el ADN y los genomas respectivos de los grupos que interesaban; para el caso recibí folletos descriptivos, el plan general de la investigación, formularios para llenar y el contrato anual para mi firma. Confieso que para un científico desempleado como yo, la paga en dólares ¡ era muy atractiva ! Primero debía yo trasladarme un par de semanas para capacitación a cierta universidad del vecino país del norte, con todos los gastos pagados; no obstante, leyendo el detalle de los antecedentes del proyecto me enteré que las “etnias objetivo” a muestrear para la investigación eran lo que quedaba de pimas, pápagos, ópatas, kikapoos , tarahumaras, borrados y huachichiles.
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Figura de un grupo de indios kikapoo presentados a Maximiliano I en 1867.
Tomado de una litografía de Debray y Decaen, México, Portal del Coliseo Viejo

Fue entonces que la palabra "huachichil" retumbó en mi memoria y me dejó estupefacto…Esta palabra -"huachichil"- me remontó a mi lejana infancia, cuando mamá solía exclamar entre sonrisas "¡Pareces huachichil!" por lo sonrojado que se ponía mi rostro al correr, saltar o jugar. Yo siempre pensé –equivocadamente- que este término se refería a alguna frutilla o producto vegetal asociándolo a un tipo de tuna y no a un grupo étnico de su tierra natal –San Luis Potosí- Fue así que décadas después, al informarme del proyecto de ciencia al que me invitaban, me enteraría yo del verdadero significado del término... Este descubrimiento despertó en mi un gran interés por saber más de “los que se pintaban el rostro de rojo” y algunas etnias vecinas, también "cabezas coloradas". Siendo SLP el terruño materno y Coahuila el paterno donde también hubo huachichiles, hice a un lado el contrato gringo y me fui a la ciber-biblioteca de Google, obsesionado por dar respuesta a mi propia interrogante: ¿Quiénes fueron los huachichiles?

En internet identifiqué varios libros y compré uno que llamó particularmente mi atención: se llama “La Gente del Mezquite” de Carlos Manuel Valdéz, publicado en 1995 por el Instituto Nacional Indigenista; resultó ser una libro sensacional que describe mucho de la cultura de los huachichiles y muchos de los nómadas del noreste de México. Leí y releí el volumen pues respondía a muchas de mis dudas ¿Hubo más grupos como los huachichiles (guachichiles o cuachichiles)? ¿Cómo se les llamaba? ¿Qué territorios ocupaban? ¿Cómo era su vida diaria? ¿Qué comían y bebían? ¿Porqué no se hicieron sedentarios? ¿Porqué se les llamaba “bárbaros” si estaban integradísimos al ambiente natural? y la interrogante más dolorosa: ¿cómo fue capaz la nación de entregar a los yanquis invasores, esos mexicanos del norte, en 1847, junto con 51 % del territorio patrio? La Unión Americana, ni tarda ni perezosa, los usaría después para inventarse su mítico desplazamiento hacia el “Far West”. Con madre potosina, padre coahuilteco -donde existe el refrán, “El que no come carne no pelea”- decidí no dar la espalda a esa parte de la historia mexicana sistemáticamente marginada por el resto de “la historia de bronce”. Consecuentemente, ya no colaboraría en primera instancia con el proyecto gringo de genómica –que no biopiratería de genes- optando por investigar más sobre “la gente del mezquite” y al grito de “¡Aquí nos tocó vivir!” como dice Cristina, me quedé en México, -lástima los dólares me hubieran caído muy bien-.
Debo decir, no obstante, que de manera compensatoria me daban cierta satisfacción el no engrosar mas la lista de personal calificado –un millón de profesionales graduados- que mi país, que los financió, ha entregado recién a países como los EUA –que no le costó un clavo su formación- Para emprender mi nuevo proyecto personal guardé mi “aguinaldo” de pensionado, “pasé el sombrero” entre familiares generosos y me trasladé una corta temporada al Archivo Histórico de Saltillo y a la biblioteca de la Casa de la Cultura en S.L.P. En este último lugar, la bibliotecaria me sugirió trasladarme a consultar lo que quedaba en el viejo archivo de la Hacienda de Bledos –sur del estado y frontera con Guanajuato- que reiteradamente se había negado a vender su acervo a compradores interesados de yanquilandia…

Seguí el consejo siendo así que en una antigua sala de la hacienda mencionada, encontré expedientes polvosos, viejos legajos deshaciéndose por el abandono, libros apergaminados en un español que no entendía. Para el caso regresé a la capital del estado y contraté los servicios de una joven paleógrafa norteña que, por cierto, al hablar, arrastraba la “ch” para decir “shihuahua”. Fue entonces que leí musho, digo mucho, de entre los documentos paleografiados y reflexioné todavía más: ¿Porqué nuestra historia oficial solo enseña a niños y jóvenes de los toltecas, mexicas, mayas y uno que otro grupo más? ¿Porqué solo describir al detalle a los grupos urbanos, imperialistas, caníbales y teocráticos? ¿Porqué no hablar de aquellos que vivían de la caza, bebían poco agua supliéndola con tunas y aguamiel? ¿Qué no vamos de nuevo hacia un mundo de poco agua? ¿Porqué no aprender algo sobre los cientos de tribus-naciones que recolectaban lo que la Natura buenamente les daba acorde a las estaciones del año? ¿De los que limitaban su crecimiento poblacional poniendo por delante el interés colectivo y no el individual? ¿Por qué no hay mas información escrita y gráfica sobre los ajahues, alegochas, bahopobos, boyeros, canamaras, chapotes, coahuilas, enabopos,etapais, huachichiles, hurabanes, inanambos, jalepas, mamacorras, ooches, oyeras, pachos, poponinas, salineros, sucaios, tepehuanes, tobosos, voayes, xonaquis, yquabos, u otros lingüísticamente afines como los acoclames, babosarigames, cabezas, cocoyomes, chisos, machiteles, machichimis, mayaguas, maguemachichipas, quaaguapaias, sipopolas o tetecos y túsares entre decenas más?... ¿Qué fue de todos ellos? ¿Como se dió el caso de un etnocidio tan diverso? Considero que hoy que hay alarma porque la Tierra se acerca a “situaciones límite”, por lo menos deberían ser dignos de encomio aquellos grupos de la añeja “Gran Chichimeca” que optaron por no hacerse sedentarios y cultivadores para “no herir a la Madre Tierra” –la “Pachamama” de los quechuas sureños o la “Gaia” de los biólogos yanquis posmodernos- (continuará)